viernes, 15 de noviembre de 2019

Ángel guardián


Cuando ves a la muerte a la cara y te lleva al mismo infierno, donde te dice que pasaras la eternidad ahorcado en un árbol de un bosque lleno de gente igual tú, agonizando, sin casi poder respirar y rezando para que llegue el fin de ese sufrimiento del que por mucho que lo desees, sabes que nunca llegara, es cuando comprendes que no fue tan buena idea haberse cortado las venas con aquel cuchillo…

Pero la vida, por llamarlo de alguna manera, te da una segunda oportunidad. Despiertas en un hospital, la luz te deslumbra y escuchas voces a lo lejos. Intentas ver a tu alrededor, pero ves tan borroso que no distingues nada. Pasan los minutos, empiezas a escuchar las voces más cerca y tus ojos empiezan a enfocar. Ves y oyes a tu familia, allí reunida junto a ti, llorando, abrazándose y dándose pequeños empujones para poder ver por encima del medico que te apunta con una linterna a los ojos y te dice que sigas la luz con la mirada.

Pasan los años y ya siendo mayor de edad, empiezas a recorrer el mundo. Visitas lugares que jamás pensaste que existían. Conoces curas, sacerdotes, monjes, gurus, curanderos, imames, rabinos... A todos le preguntas lo mismo y todos te dan la misma respuesta, “aquel a quien llaman dios y el cielo que gobierna, solo se puede llegar cuando eres puro de corazón y haces el bien”. Decides hacerles caso, ser bueno con la gente, convertirse en un buen samaritano, ser un ángel guardián.

Siguen pasando los años y piensas que no conseguirás nunca ser el guardián de nadie, pues piensas que nadie necesita tu ayuda y a nadie puedes salvar... El tiempo no se detiene y sigues pensando que nunca te libraras de tu maldición y que, llegado el momento, volverás a ese infinito bosque. Aprietas los puños con tanta fuerza que te sangran las manos, lloras de impotencia y caes al suelo de rodillas, mirando al cielo, implorando una respuesta a una pregunta que nunca formulaste.

Pero un aire frío azota tu cara y a tu mente llegan todos los recuerdos de golpe. Recuerdas como conseguiste que una hija se reconciliara con su madre, como salvaste la vida de un compañero a punto de saltar al vacio, como abriste los ojos de una mujer desesperada en su relación y a un amigo a dejar el alcohol. No, no has fracasado en tu misión, lo estas haciendo bien, estas limpiando tu alma y ganándote tu puesto en eso a lo que llaman “paraíso”.

Te secas las lagrimas, te levantas, te limpias la sangre de las manos y comienzas andar pensando que lograrás salir de ese bosque, de curar tus cicatrices y ganarte las alas para que, llegado el momento, no seas acompañado, sino que iras volando a tu destino.